viernes, 8 de octubre de 2010

La bailarina de los pies desnudos


Iba, en un paso rítmico y felino a avances dulces, ágiles o rudos, con algo de animal y de divino la bailarina de los pies desnudos. Su falda era la falda de las rosas, en sus pechos había dos escudos…Constelada de casos y de cosas…La bailarina de los pies desnudos. Bajaban mil deleites de los senos hacia la perla hundida del ombligo, e iniciaban propósitos obscenos azúcares de fresa y miel de higo. A un lado de la silla gestatoria estaban mis bufones y mis mudos…¡Y era toda Selene y Anactoria la bailarina de los pies desnudos!


Ruben dario en este poema representa para muchos hombres los pininos de su vida loca, la cual tan solo se interesan ser los autenticos casanovas, dejados llevar por ese ritmo de susurros indiscretos al mismo estilo de una balada en ingles... cumpliendo con el unico objetivo de hacer explotar a su sexo opuesto como si fuera un big bang de placer.


Aunque por esta atormentada vida dejan semillas en el camino, con un mar de incognitas de su propia vida al crecer: la bailarina de los pies desnudos. Una mujer entre sombras, como la verdadera Carmen Tórtola Valencia no puede adivinarse más que a través de su personaje. Recelosa de su vida privada, que tanto misterio creó a su alrededor, centró su imagen en su profesión. Nació en Triana (Sevilla) en 1882 y a los 3 años emigró con sus padres a Londres. Tras dejar a la criatura en la ciudad londinense, el matrimonio siguió rumbo a México, ciudad en la que ambos murieron a los pocos años de llegar, quedando así la pequeña huérfana de padres y de recuerdos familiares. Separarse de las personas que le dieron la vida fue una incógnita que quedó sin resolver. Con respecto a este tema, las habladurías populares no dejaron tregua, hasta tal punto que se rumoreaba que la repentina emigración de la familia Tórtola Valencia a la ciudad victoriana fue impulsada por el hecho de no ser hija legítima de su padre.


En la vida de Carmen Tórtola hubo una mujer que no puede eludirse al hablar de ella: Ángeles Magret-Vilá. Se conocieron en 1930. Ángeles era 14 más joven que Carmen y, desde el encuentro, permanecerían inseparables hasta la muerte de la bailarina. ¿Secretaria? ¿Amiga? ¿Amante? La estrecha relación entre ambas y el vínculo sentimental que existía entre ellas era patente. Tal vez acallar las malas lenguas y tener una tapadera de su relación fueron los motivos que llevaron a Tórtola Valencia a adoptar a Ángeles legalmente como hija suya.



Barcelona, 15 de marzo de 1955: la bailarina de los pies desnudos muere de una pulmonía en brazos de la mujer que se mantuvo fiel a su lado. A partir de entonces, Ángeles Magret-Vilá dedicaría su vida a mantener vivo el recuerdo de su compañera. A ella le dejó su legado (fotografía, vestuario, cartas…), el mismo que Ángeles entregaría, en 1962, al Museo de Teatro de la época, actual Institut del Teatre de Barcelona. Un año después falleció en su casa de Sarriá y sus restos hoy descansan junto a los de la mujer que había significado todo para ella: Carmen Tórtola Valencia.